Peligrosos aguijones

No era esbelta, lo sé. Pero tenía justa mezcla de simpleza y frescura, como las flores silvestres. Y su boca, lo decía todo con dos palabras: Si y No. También besaba de una forma inconfundible: se confundían, en cada beso, sus labios con su lengua,
y viceversa. Y sus besos no tenían sabor aunque poseían una suerte de temperatura exacta: como el primer sorbo de vino, se perdían al tiempo que se hacían inmortales. Irresistibles.

Siempre pensé que en la soledad se estaba solo. Nunca es así, siempre faltan silencios. Cuando estábamos juntos teníamos una soledad (al menos) compartida. Canciones de cuna violentas y tardes de encierro y vapor. Era embriagarse, dormirse y despertar embriagado otra vez; siempre en el mismo nudo de entrepiernas.

Las banderas que faltaban eran las blancas. Como exiliados sin ilusión de retorno, recorríamos, una y otra vez, los senderos escabrosos, los tantos pozos que pisábamos.
Las podridas veredas luego; los instantes de estupidez rígidos, las palabras sobre las palabras.

Que majestuoso es el azar que le regala al destino una excusa para no hacerse cargo.
No cabía en la misma habitación nadie más, éramos solo nosotros (dos). Inéditos eran aquellos momentos de paz. Tan inéditos que ya no nos sorprendían. Tampoco era la guerra; en las guerras siempre hay más de uno contra uno, aquí no. Ceder era una empresa peligrosa, no sabíamos porqué pero lo compartíamos. Aliados y enemigos. Amantes y desconocidos. Peligrosos aguijones.

Al principio, y desde mi punto de vista, parecía haber una suerte de atracción mutua. Luego se fue desgastando hasta llegar a lo que es ahora; o nunca la tuvimos en cuenta.
De todas formas creo que valió la pena. Cuando miramos, las cosas que suceden a diario, con mucho detenimiento entendemos lo absurdo de nuestras acciones. Si nos detenemos aburrimos los sentidos, si nos adelantamos pierden credibilidad. Yo también hubiese estado en ese lugar; el caso es que no pude creerte.

“Al anochecer se ablanda el alma”-dijo alguien con gran sabiduría. Todos sus puntos blandos brillaban como una estrella más en el cielo. Todos tenemos puntos blandos y, extremadamente, en carne viva. Cuando comencé a pensar esto era de noche. No sé si se habría ablandado algo en mí, pero tenía algo que contar. De a poco, de a ratos.

Nunca comprendí, y hasta sentí bronca por eso, a las personas que prescinden en demasía de los otros. No comprendo aún como se puede hacer para vivir así, día a día.
Porque creo que el mayor problema radica ahí; en el día a día. Si pudiésemos saltear el presente, todo sería menos difícil; o menos intenso. Y no me refiero al día en si; puesto que tal situación se da de noche, luego de cenar cuando se torna fastidioso hablarle a las paredes.

1 comentario:

Unknown dijo...

La verdad,increible...Dami me encantó, transmite cosas increibles!
Luli