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Rueda por mi piel,
sientate en mis brazos,
corré sin parar.

Pero pasea sin apuro,
enciende mis venas.

A mis ojos dile lo que ven los otros
ojos en forma invertida.
Se prudente y divertida.

Rueda por mi piel,
encendida en caricias
delicada muestra
de tu forma es mi amor.

Incertidumbre fonética

De una bala a perdigones,
pasando por la pólvora de las heridas,
de las recetas a los rincones,
menos comienzos, más despedidas.

Del palo verde a las astillas,
durmiendo inquieto por un momento,
del gran incendio a las semillas,
menos espadas, más tenue el viento.

Parado al fondo, surcando el suelo,
de las mentiras a un sueño negro.
Tocando fondo con mis sliencios,
saldando cuentas con los misterios.

De la sentencia a los encierros,
una mirada,mira de lejos.
De las miradas ya no retengo,
algunos ojos ya son añejos.

Perspectiva

Que los fantasmas no ahuyenten los aromas, que los aromas no se precipiten en palabras, que los espejos se quieran fugaces para poder mirarme en los otros.

Que los relojes no alienten deseos, que las espinas se claven sin prisa, que los que miran se tapen los ojos, que los que escuchan no sientan despojos.

Que lo más tuyo se sienta en el aire, que lo más mío serene su andanza, que los enojos no enciendan venganzas, que mis silencios no esperen razones.

Que los pinceles no copien contornos, que los adornos no nos hagan impunes, que mi domingo se escape a tu lunes, que en tu almohada se duerma mi insomnio.

Que lo que quede no reste lo andado, que tus suspiros no hallen candados... tal vez podamos, en lugar de quitarnos el sueño, ser un motivo para soñar.

Peligrosos aguijones

No era esbelta, lo sé. Pero tenía justa mezcla de simpleza y frescura, como las flores silvestres. Y su boca, lo decía todo con dos palabras: Si y No. También besaba de una forma inconfundible: se confundían, en cada beso, sus labios con su lengua,
y viceversa. Y sus besos no tenían sabor aunque poseían una suerte de temperatura exacta: como el primer sorbo de vino, se perdían al tiempo que se hacían inmortales. Irresistibles.

Siempre pensé que en la soledad se estaba solo. Nunca es así, siempre faltan silencios. Cuando estábamos juntos teníamos una soledad (al menos) compartida. Canciones de cuna violentas y tardes de encierro y vapor. Era embriagarse, dormirse y despertar embriagado otra vez; siempre en el mismo nudo de entrepiernas.

Las banderas que faltaban eran las blancas. Como exiliados sin ilusión de retorno, recorríamos, una y otra vez, los senderos escabrosos, los tantos pozos que pisábamos.
Las podridas veredas luego; los instantes de estupidez rígidos, las palabras sobre las palabras.

Que majestuoso es el azar que le regala al destino una excusa para no hacerse cargo.
No cabía en la misma habitación nadie más, éramos solo nosotros (dos). Inéditos eran aquellos momentos de paz. Tan inéditos que ya no nos sorprendían. Tampoco era la guerra; en las guerras siempre hay más de uno contra uno, aquí no. Ceder era una empresa peligrosa, no sabíamos porqué pero lo compartíamos. Aliados y enemigos. Amantes y desconocidos. Peligrosos aguijones.

Al principio, y desde mi punto de vista, parecía haber una suerte de atracción mutua. Luego se fue desgastando hasta llegar a lo que es ahora; o nunca la tuvimos en cuenta.
De todas formas creo que valió la pena. Cuando miramos, las cosas que suceden a diario, con mucho detenimiento entendemos lo absurdo de nuestras acciones. Si nos detenemos aburrimos los sentidos, si nos adelantamos pierden credibilidad. Yo también hubiese estado en ese lugar; el caso es que no pude creerte.

“Al anochecer se ablanda el alma”-dijo alguien con gran sabiduría. Todos sus puntos blandos brillaban como una estrella más en el cielo. Todos tenemos puntos blandos y, extremadamente, en carne viva. Cuando comencé a pensar esto era de noche. No sé si se habría ablandado algo en mí, pero tenía algo que contar. De a poco, de a ratos.

Nunca comprendí, y hasta sentí bronca por eso, a las personas que prescinden en demasía de los otros. No comprendo aún como se puede hacer para vivir así, día a día.
Porque creo que el mayor problema radica ahí; en el día a día. Si pudiésemos saltear el presente, todo sería menos difícil; o menos intenso. Y no me refiero al día en si; puesto que tal situación se da de noche, luego de cenar cuando se torna fastidioso hablarle a las paredes.

Click

Hay momentos en que algo se produce, una diferencia, un movimiento. Luego de pasar y pasar, traspasar la angustia por lo que no sale, por lo que tendría que salir, por lo que no se es... por pensar demasiado, por pensar que pensando van a salir las cosas, por la propia locura que se siente a veces como lo más impropio y ajeno, por la lejanía de los labios ausentes, por la cercanía de los labios fugaces, por los dolores dominicales, por los lunes de abulia, por lo que dicen y es cierto, por las costumbres aburridas, por la resaca sin fiesta... algo brota, de la vieja corteza que se forma por no poder eludir todo aquello, y como una caricia en la espalda que me despierta en una mañana tibia de otoño, llena mis pulmones de otro aire, de otro silencio, de otro andar
y mis pies quieren andar, pisar nuevamente algún camino (tal vez el mismo) para dejarse mojar, rozar, ensuciar ya sin lastimarse, como jugando sin miramientos, como si hiciéramos click y algo pueda transitarse con otro temple, en un instante y solo con un click ya es sufieciente.