LA CASA DE THÉ

Dargeelling una cucharada por taza; dejar reposar cinco minutos­.

No pude hablarle bien de tí; ni distanciarme de sus ojos rasgados, filosos, indígenas. Tenía todo el tiempo una compulsión: la de trocar sus palabras por una mordida en sus labios. Vieja costumbre si la hay -y creo que en este lugar se conserva intacta- el intercambio de todo por el todo, de algo que ya no interesa por algo que llama nuestra atención, de algo que sepa como la sal que antaño era la moneda universal de cambio. Los labios, los fluidos corporales, las heridas, la respiración cuando es forzosa y agitada sabe a sal; al igual que el agua de ciertos campos donde podía imaginarla caminando descalza por la alfombra de pasto, en esa especie de idilio en que me hallé mientras esperaba mi segunda tasa de té. Quería decirle lo extraño que me sentía hablando con ella. Quería huir, salir corriendo de ese lugar; y esa misma fuerza me hacía quedarme ahí, sin ninguna duda pero con algunas sensaciones que empecé a volcar en mi cuaderno. A fuerza de hacer algo con eso que me pasaba, garabateaba en silencio, mientras ella atendía a las restantes mesas. Quería salir corriendo y dejar en esa silla, esa parte de mi vientre que ahorita no podía controlar. Quería gritar y morderme los labios al mismo tiempo, que me duela la carne, soportar ese placer. Quería dormir con ella, amanecer respirando el mismo aire, el mismo encierro; dejar paso a la angustia o quizá...Ya no sé realmente que quería. Pedir otra tetera o pretender apuro por largarme de allí; decirle que durmamos juntos; llorar por el vaivén de mis sensaciones, resguardarme en la culpa, la duda o el azar.

Szechwan una cucharada por taza; dejar reposar cinco minutos­.

El tiempo juega con nosotros: débiles marionetas de carne y hueso que sangramos por la herida el agua que bebemos, evaporándonos en instantes de éxtasis y júbilo. Doliente es la humedad cuando al secarse nos deja en el desierto de la soledad. La vida es una montaña rusa y los rieles que nos conducen a un reencuentro son la excusa predilecta de los que duermen a la sombra de la incertidumbre.Aquella noche sonó mi teléfono. Parecía un grito en medio de un auditorio completamente callado; sólo que nadie lo advirtió, salvo mis ganas de acudir a una cruzada, un reencuentro. Algo era seguro: tomaríamos un té en honor a nosotros; también era cierto que no era esa maravillosa infusión lo que hacía posible la cita, sino la certeza de que, definitivamente, los cuerpos se atraen, no importa por obra de que fuerza. Uno puede sentir la entrega de una persona al abrazarla, así como también la necesidad de unos brazos que soporten el peso de un cuerpo rendido y quizá maltratado. Estabas hermosa y tu piel de mármol blando volvía a despertar en mí aquellas dormidas fantasías que guarde, cuidadosamente, en el último cajón de mis recuerdos (aquel que es el primero cuando de pasión se trata).
Casi invisibles, caminamos por las cuadras nocturnas de aquella colonia que debe su nombre a las carreras de caballos y a la esposa de algún condenado título de nobleza. Fuimos directamente a tu casa distraídos por una conversación sobre un pasado cercano y poco conocido y un futuro que se escondía bajo la falda de un presente caótico. En igualdad de condiciones, subimos las escaleras, tres pisos de ardientes y cómplices miradas. Una extraña sensación invadía mis pensamientos; y justamente por extraña invalidaba cualquier tipo de lógica. Sólo sentía que algo sucedía, no entre nosotros sino de tu boca hacia adentro. Temí por momentos hallarme en un lugar que no quería y por eso mismo temor quizá, las palabras se volvieron caricias y mi lengua el deshielo de un cuerpo anestesiado. Oniroides imágenes recorrían mi mente. Intermitentes haces de luces penetraban mis pupilas al tiempo que permitían ese maravilloso espectáculo que es ver gozar, sin ataduras, a un cuerpo que se descuadra en espasmódicos movimientos. Mágicamente el té se evaporo en las mojadas paredes de un cuarto abatido. Y el aroma fue un candente silencio interrumpido por gemidos a dos voces. Suelo maravillarme por el efecto que causa la comunión de dos cuerpos que no dan tregua a alimentar sus almas con especias lujuriosas; compartidas sensaciones producidas por el roce de la piel con su combustible predilecto: otra piel. (Cada vez que entro en tu cuerpo vuelvo a un estado primitivo de asombro y alienación como cuando adolescente me hallaba, al experimentar nuevas sensaciones). Respiras, se abre tu pecho. Inspiro tu aliento, agitada brisa de incienso. Clavas tus uñas te adueñas. Siento el rigor de tus yemas. Todo se nubla. Estallas, resignas la respiración, te inundas. Repique de corazones. El instante siguiente crece en medio de un éxtasis, al final de nuestros cuerpos.

Assam Yunnan

Las últimas veces son agrias al paladar de los amantes.

Algo se traía el destino entre manos que no quizo mostrarnos sino hasta la última taza. Cenamos amistosamente, pretendiendo que la cortesía y los buenos modales hicieran un teatro frente a esa extraña sensación de querer estar en un sitio y no. Sabíamos jugar a las escondidas; testigos los desaparecidos meses en que sólo nos pensamos.

Cuando en un mundo de caricias se prohibe el contacto de la piel, sólo resta esperar el eclipse de nuestras sombras en un sueño poco profundo e insatisfecho.

Había imaginado una velada feroz, un desgarro al despedirme, un abrazo compartido. Dos bocas asesinas, unas manos desesperadas. Había, como siempre, de aprender que debo cuidarme de mis fantasías como de las palabras. ¡Como pudo el silencio ser tan filoso!

De camino hacia tu casa me advertiste sobre lo dificil de la situacion: no querías que me acercara, necesitabas espacio. Espacio? Acaso no pusiste un grito en el cielo cuando viste frustradas tus hazañas de mujer seria? Acaso fui un estupido por acudir esa noche?

Seguramente soy de esas personas que tropiezan varias veces con la misma piedra. No podria decir otra cosa: habías nacido de carne y hueso y ahora hasta tus venas estaban petrifricadas. Perdon por la crudeza pero no son tiempos de comprender sino de querer; solo queria darte un poco más de mi amor. No era necesario siquiera el salvajismo apasionado con que supimos conocernos.

Podría haberte tocado como a una melodía suave al compás de una plática, que por demás, siempre fueron hermosas contigo. Quería abrazarte, sentir esa entrega que antes supo indicarme el camino hacia ti y hoy me alejan. Te vi hundirte, ahogarte en tu lógica de quito lo que no puedo tener.

Me vi como un inocente papel en medio de una tempestad de lágrimas que no brotaban. Ni siquiera quebrarte por la ingratitud! Cobardes los corazones que se justifican ante quienes no lo merecen…

Arrepentida noche de insomnio y sequía. Pudo sacarme una leve sonrisa tu gatita que jugaba a deshacer todo lo que encontraba de mi propiedad. Hubiese preferido dormir a la luz de la ausente luna defeña, en algún parque, a sentirme un indigente de amor bajo tu techo.

La mañana siguiente era clara y evidente. Me iría no se adonde; por esas cosas que no sabemos explicarnos (o si) tuve un destino cercano y agradable; buscado.

Perdí la cortesía y la comprensión; la poca caballeros dad que aprendí en este tiempo y mis ganas de volver a verte. Ya no sentía bronca, la noche y el insomnio se encargaron de entregarla al olvido repentino.

Algo se había quebrado y se escucho el ruido. La sospecha no nos libra del mal que vemos llegar y, en mi caso, no sirvió de nada. Porque sólo quería dar un poco más de amor y tu querías que saldara la deuda de los que no lo hicieran contigo.

Al bajar esos tres pisos, vi dibujarse por primera vez una despedida. Quizá nos volvamos a ver pero ya nunca será lo mismo. Eso es exactamente una despedida.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Increiblemente hermoso!!!Me situé en la casa de The!

Anónimo dijo...

Hola Dami,
como me alegra que tengas este espacio, fue una sorpresa grande y linda.
Segui escribiendo que esta buenisimo.
Lu.